ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo es Dios mismo (Hechos 5:3-4) y tiene los atributos y cualidades de él (ver TRINIDAD). Algunas veces se le ha referido como la persona silenciosa de la Trinidad. Su nombre no siempre se menciona junto al Padre o al Hijo ya que el Espíritu Santo inspiró la Biblia (II Pedro 1:21) el no habla de sí mismo. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta” (Juan 16:13) Se le da el pronombre masculino de “él”, como en el versículo pasado y muchos otros pasajes, porque él es una persona, un ser viviente, no una fuerza impersonal, como algunos lo han mencionado. Él habla (Hechos 13:2), conforta (Juan 15:26), se contrista (Efesios 4:30), es amor, gozo, paz, paciencia (Gálatas 5:22); ninguna de estas características las tiene una fuerza impersonal.
Su principal trabajo es que “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” (Juan 16:8) Debemos orar en el Espíritu no al Espíritu. (Ver ORACIÓN). Ora para que Dios convenza a los perdidos de su pecado y de su necesidad de un salvador. El Espíritu de Dios se nos dio para ser testigos de Cristo, “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8) Como cristianos, nuestros cuerpos son el templo del Espíritu de Dios (I Corintios 6:19). En el Antiguo Testamento, pocas personas fueron ungidas con el Espíritu Santo, venía sobre ellos y se iba cuando así lo decidía. Pero en el momento en que Cristo fue glorificado, todos los creyentes tienen al Espíritu Santo “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.” (Juan 7:38-39)
Las personas que son salvas o han nacido de nuevo por el Espíritu (Juan 3:6, Hechos 10:43-44), han sido “sellados” por el Espíritu Santo (Efesios 4:30). Por lo tanto, un creyente no necesita pedir que venga sobre el Espíritu Santo, por ya tiene el Espíritu de Dios. Y si alguno no tiene el Espíritu de Dios entonces no es salvo. “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:9) Podemos, sin embargo, “apagar” al Espíritu (I Tesalonicense 5:19), por lo tanto hemos recibido un mandato de “ser llenos del Espíritu” (Efesios 5:18) Imaginemos que tengo un vaso de cristal con un poco de agua adentro, o igual puedo tener un vaso “lleno” de agua. Pero en ambos casos, sigo teniendo agua; así es con el Espíritu de Dios, no siempre estamos llenos de él. Uno puede estar lleno de celos, enojo, o alcohol (Efesios 5:18) y de lo que uno está lleno es lo que lo controla. Para tener los frutos del Espíritu, debes estar lleno del Espíritu. Y por esto debemos orar: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.” (Hechos 4:31) En todo lo que hacemos, debemos orar para estar llenos del Espíritu de Dios. Para algunos el servir a Dios con sus propias fuerzas (en la Biblia se llama en la carne) sería como un leñador que intenta cortar un árbol con una hacha, pero esta solamente tiene el mazo. De esta manera lo único que hará es mucho ruido y cansarse. “y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:8-9) Estos versículos muestran cómo trabajan en conjunto el “Espíritu”, el “Espíritu de Dios” y el “Espíritu de Cristo”. Y si el Espíritu no obra en nosotros, no podemos cumplir con la obra de Dios, que es lo que Cristo dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5)
“Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo.” (Marcos 1:8) El bautismo del Espíritu Santo tiene lugar en el momento de la salvación, la única excepción de esto fue en el libro de Hechos, donde fue la transición de la ley a la gracia. Jesús le dijo a sus discípulos que se quedarán en Jerusalén hasta que recibieran el poder del Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Lucas 24:49). Hubo, sin embargo, muchas personas en Israel que fueron salvas en ese momento solo aquellos que se les había dicho que esperaran en Jerusalén, pero sólo ellos recibieron el Espíritu Santo. Y así ellos fueron bautizados en el Espíritu y también llenos con (controlados por) el Espíritu al mismo tiempo. Sin embargo, el bautismo del Espíritu es un evento único cuando un recibe la salvación, pero puedes estar lleno del Espíritu, muchas veces en la vida del creyente.
Aquellos que fueron salvos antes del día de Pentecostés, los apóstoles tenían que imponer las manos sobre ellos para que pudieran recibir al Espíritu de Dios. Y en algunos casos, aquellos que habían sido salvos después del día de Pentecostés, por alguien que sólo conocía el bautismo de Juan, así como Apolos (Hechos 18:24-25), pero no habían tenido todavía al Espíritu. Nuevamente, cuando el Espíritu Santo fue derramado en el día de Pentecostés, que es un periodo de transición, en ese momento sólo fue para los que estaban en Jerusalén. Y para los que habían sido salvos antes de Pentecostés y vivían fuera de Jerusalén, necesitaban un apóstol para imponerles las manos y poder recibir el Espíritu Santo, al igual que los “discípulos” quienes “creyeron” y tenían “el bautismo de Juan”, lo necesitaban como esta escrito en Hechos 19:1-6. Algunos creen que los que se mencionan en Hechos 19 no eran salvos, porque no tenían al Espíritu Santo, pero no lo tenían incluso cuando fueron bautizados la segunda vez. ¡Sígueme!
Lo mismo pasó en Hechos 8:12-17 con algunos que habían creído en la predicación de Felipe; como los que se mencionan en Hechos capítulo 19; que habían creído en la predicación de Pablo. En ambos casos, las personas fueron bautizadas en el nombre de Jesús, y tuvieron que tener la imposición de manos para poder recibir al Espíritu Santo. Tanto los que se describen en Hechos 19 que eran creyentes del bautismo de Juan (versículo 3), o los que fueron salvos antes del día de Pentecostés y ambos no sabían ni siquiera del Espíritu Santo (versículo 2). Y algo semejante paso en Hechos 8 con los de Samaria, sabemos que “muchos de los samaritanos” creyeron en Jesús (Juan 4:39) antes del día de Pentecostés y antes de que Felipe fuera a ese lugar. Pero los que fueron salvos después del día de Pentecostés recibieron al Espíritu Santo en el momento que fueron salvos, como se menciona en Hechos 10:44- 11:15-16 donde aquellos que escuchaban predicar a Pedro creían y estaban llenos del Espíritu incluso mientras Pedro aún estaba predicando. (Ver LENGUAS)
El Espíritu Santo es Dios mismo (Hechos 5:3-4) y tiene los atributos y cualidades de él (ver TRINIDAD). Algunas veces se le ha referido como la persona silenciosa de la Trinidad. Su nombre no siempre se menciona junto al Padre o al Hijo ya que el Espíritu Santo inspiró la Biblia (II Pedro 1:21) el no habla de sí mismo. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta” (Juan 16:13) Se le da el pronombre masculino de “él”, como en el versículo pasado y muchos otros pasajes, porque él es una persona, un ser viviente, no una fuerza impersonal, como algunos lo han mencionado. Él habla (Hechos 13:2), conforta (Juan 15:26), se contrista (Efesios 4:30), es amor, gozo, paz, paciencia (Gálatas 5:22); ninguna de estas características las tiene una fuerza impersonal.
Su principal trabajo es que “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” (Juan 16:8) Debemos orar en el Espíritu no al Espíritu. (Ver ORACIÓN). Ora para que Dios convenza a los perdidos de su pecado y de su necesidad de un salvador. El Espíritu de Dios se nos dio para ser testigos de Cristo, “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8) Como cristianos, nuestros cuerpos son el templo del Espíritu de Dios (I Corintios 6:19). En el Antiguo Testamento, pocas personas fueron ungidas con el Espíritu Santo, venía sobre ellos y se iba cuando así lo decidía. Pero en el momento en que Cristo fue glorificado, todos los creyentes tienen al Espíritu Santo “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.” (Juan 7:38-39)
Las personas que son salvas o han nacido de nuevo por el Espíritu (Juan 3:6, Hechos 10:43-44), han sido “sellados” por el Espíritu Santo (Efesios 4:30). Por lo tanto, un creyente no necesita pedir que venga sobre el Espíritu Santo, por ya tiene el Espíritu de Dios. Y si alguno no tiene el Espíritu de Dios entonces no es salvo. “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:9) Podemos, sin embargo, “apagar” al Espíritu (I Tesalonicense 5:19), por lo tanto hemos recibido un mandato de “ser llenos del Espíritu” (Efesios 5:18) Imaginemos que tengo un vaso de cristal con un poco de agua adentro, o igual puedo tener un vaso “lleno” de agua. Pero en ambos casos, sigo teniendo agua; así es con el Espíritu de Dios, no siempre estamos llenos de él. Uno puede estar lleno de celos, enojo, o alcohol (Efesios 5:18) y de lo que uno está lleno es lo que lo controla. Para tener los frutos del Espíritu, debes estar lleno del Espíritu. Y por esto debemos orar: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.” (Hechos 4:31) En todo lo que hacemos, debemos orar para estar llenos del Espíritu de Dios. Para algunos el servir a Dios con sus propias fuerzas (en la Biblia se llama en la carne) sería como un leñador que intenta cortar un árbol con una hacha, pero esta solamente tiene el mazo. De esta manera lo único que hará es mucho ruido y cansarse. “y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:8-9) Estos versículos muestran cómo trabajan en conjunto el “Espíritu”, el “Espíritu de Dios” y el “Espíritu de Cristo”. Y si el Espíritu no obra en nosotros, no podemos cumplir con la obra de Dios, que es lo que Cristo dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5)
“Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo.” (Marcos 1:8) El bautismo del Espíritu Santo tiene lugar en el momento de la salvación, la única excepción de esto fue en el libro de Hechos, donde fue la transición de la ley a la gracia. Jesús le dijo a sus discípulos que se quedarán en Jerusalén hasta que recibieran el poder del Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Lucas 24:49). Hubo, sin embargo, muchas personas en Israel que fueron salvas en ese momento solo aquellos que se les había dicho que esperaran en Jerusalén, pero sólo ellos recibieron el Espíritu Santo. Y así ellos fueron bautizados en el Espíritu y también llenos con (controlados por) el Espíritu al mismo tiempo. Sin embargo, el bautismo del Espíritu es un evento único cuando un recibe la salvación, pero puedes estar lleno del Espíritu, muchas veces en la vida del creyente.
Aquellos que fueron salvos antes del día de Pentecostés, los apóstoles tenían que imponer las manos sobre ellos para que pudieran recibir al Espíritu de Dios. Y en algunos casos, aquellos que habían sido salvos después del día de Pentecostés, por alguien que sólo conocía el bautismo de Juan, así como Apolos (Hechos 18:24-25), pero no habían tenido todavía al Espíritu. Nuevamente, cuando el Espíritu Santo fue derramado en el día de Pentecostés, que es un periodo de transición, en ese momento sólo fue para los que estaban en Jerusalén. Y para los que habían sido salvos antes de Pentecostés y vivían fuera de Jerusalén, necesitaban un apóstol para imponerles las manos y poder recibir el Espíritu Santo, al igual que los “discípulos” quienes “creyeron” y tenían “el bautismo de Juan”, lo necesitaban como esta escrito en Hechos 19:1-6. Algunos creen que los que se mencionan en Hechos 19 no eran salvos, porque no tenían al Espíritu Santo, pero no lo tenían incluso cuando fueron bautizados la segunda vez. ¡Sígueme!
Lo mismo pasó en Hechos 8:12-17 con algunos que habían creído en la predicación de Felipe; como los que se mencionan en Hechos capítulo 19; que habían creído en la predicación de Pablo. En ambos casos, las personas fueron bautizadas en el nombre de Jesús, y tuvieron que tener la imposición de manos para poder recibir al Espíritu Santo. Tanto los que se describen en Hechos 19 que eran creyentes del bautismo de Juan (versículo 3), o los que fueron salvos antes del día de Pentecostés y ambos no sabían ni siquiera del Espíritu Santo (versículo 2). Y algo semejante paso en Hechos 8 con los de Samaria, sabemos que “muchos de los samaritanos” creyeron en Jesús (Juan 4:39) antes del día de Pentecostés y antes de que Felipe fuera a ese lugar. Pero los que fueron salvos después del día de Pentecostés recibieron al Espíritu Santo en el momento que fueron salvos, como se menciona en Hechos 10:44- 11:15-16 donde aquellos que escuchaban predicar a Pedro creían y estaban llenos del Espíritu incluso mientras Pedro aún estaba predicando. (Ver LENGUAS)